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Con el nacimiento del cristianismo apareció algo nuevo en la historia. Más allá de las fronteras geográficas y culturales, más allá de griegos y bárbaros, de romanos y judíos, nació un nuevo pueblo, una realidad histórica distinta, con un perfil bien definido. En su vida cotidiana, los cristianos no diferían demasiado de la gente de su tiempo. Vivían en las mismas ciudades, recorrían las mismas calles, viajaban en las mismas naves y frecuentaban los mismos lugares públicos, aunque se los veía poco en los teatros, en los circos y en las termas.
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